lunes, 10 de enero de 2011

Tomemos unos mates...

De cuando L. preparaba mates todavía recuerdo la paciencia y el empeño que le ponía a la cosa. Llenaba la pava (eso al principio, porque al final Mamucha había comprado una pava eléctrica y las cosas en la casa de L. habían cambiado, vio), llenaba la pava en la canilla de la pileta (en la casa de L. las canillas eran de esas que largan el agua muy top, con burbujitas que te mojan suavemente las manos, además de que había esa cosa que nunca entendí bien de qué se trata pero que le llaman "purificador de agua"), llenaba la pava y la ponía en el fuego (en la casa de L. la hornalla no se encendía con fósforo, sino con ese botoncito que está en la cocina y saca chispa, ése que en mi casa también hay y en otras casas también pero nunca antes había visto una cocina en la que funcionara, en la casa de L. funcionaban todas esas cosas que en otras casas no). Ponía la pava en el fuego y mientras esperaba a que se calentara, vaciaba el mate viejo en el tacho (en la casa de L. el tacho era de dibujitos animados, no era de esos de plástico de Colombraro, no, sino de metal y alto, como uno que había en un rompecabezas que yo tenía de Looney Toones), vaciaba el mate viejo hasta que no quedara ni un palillo de yerba, nada, parecía como si lo hubiera lavado. Y entonces sacaba de la alacena el tarro de yerba (en la casa de L. el tarro de yerba tenía -muy inteligente el que lo pensó- un pico a modo de embudo cosa que la yerba no se desparramara por la mesada). Y así era como vertía la yerba en el mate: sin que se le fuera ni un poco de polvillo para afuera. Y entonces venía la hora del agite, se acercaba a la pileta de la cocina, tapaba el mate con su enorme mano y lo sostenía desde abajo con la otra, se encogía un poco quién sabe por qué y, mirándome, lo agitaba dos o tres veces "para sacarle el polvillo"; después de eso, miraba la mano que antes estaba en la boca del mate (siempre hacía algún comentario sobre si esa yerba tenía mucho o poco polvillo) y con la otra se limpiaba tirando los restos en la pileta (aunque puedo asegurar que era casi una caricia que se hacía a él mismo). Para ese entonces el agua ya estaba o estaba por estar (en el último caso se entretenía dándome algún que otro beso). Cuando la pava le comunicaba que el agua ya estaba (la pava de la casa de L. era para mí indescifrable, nunca pude mantener un buen díalogo con ella, siempre el agua se me pasaba o la sacaba antes, claro que después vino la eléctrica y fue otra cosa), apagaba el fuego, tomaba -sí, juro que lo hacía- la manopla de cocinero, y llenaba el termo, nuevamente con una delicadeza que hacía que ni una gota de agua cayera afuera. Cerraba el termo, tomaba el mate lleno de yerba, lo inclinaba hacia adentro hasta que se formaba un huequito por donde tirar el agua, y entonces cebaba un chorrito nomás, abría el primer cajón (en la casa de L. los cajones se abrían muy rápido, con un pequeño impulso ya aparecía abierto de par en par), buscaba la bombilla -SU bombilla- y la clavaba en ese huequito de yerba húmeda. Entonces terminaba de cebar el primer mate. Lo probaba con mucha atención y siempre mirando para abajo. Ya en su cara uno podía percibir si estaba conforme o no con su creación. Dependiendo de esto último, movía un poco la bombilla, hacia adentro y hacia afuera, hacia arriba y hacia abajo, nunca supe muy bien para qué. Como si el mate fuera a secarse o algo así, instantáneamente cebaba el segundo, que también tomaba él mirando detenidamente la yerba. Recién entonces cebaba el tercero y, alzando la vista, me lo convidaba a mí. Y así terminaba el espectáculo que yo había estado observando con ojos abiertos y maravillada.

Pero de cuando L. preparaba mates también recuerdo sus críticas hacia mi forma de preparar mates. (Porque las cosas en la casa de L. eran de una forma, y en mi casa son de otra.) Que el mate no se enjuaga después de vaciarlo, que la Taragüí viene con mucho polvillo, que las bombillas rectas no funcionan bien, que los mates con boca angosta se lavan muy rápidamente, que los termos de plástico se rompen muy fácilmente, que no hay que mojar de una sola vez y para siempre toda la yerba, que que que... No lo culpo, L. era un aficionado. Pero ahora me encuentro tomando mi mate de boca angosta, cebando con un termo de plástico, chupando mi bombilla recta, y siendo feliz con eso.
L., tus mates eran muy ricos, pero ¿sabés qué? ¡Metételos en el orto!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Aguante tu termo de plástico, loco.
Ah, y aparte una cosita. Muy aficionado, muy aficionado, pero el primer chorrito de agua fría qué?!
Ire.

Maga dijo...

jajaja y tantas otras cosas! pero él me hacía creer que sus mates eran los mejores, y yo lo creía.

Acicalada dijo...

me reconozco en ese ritual. lamento reconocerlo. me encuentro retando a F por mojar toda la yerba. me río. sobre todo me río. me encanta que escribís y me reís.

Maga dijo...

yo he adoptado gran parte de ese ritual, tengo que admitirlo. pero también me siento bien con mi propia cultura matera.
y me gusta hacerte reír!!!