sábado, 15 de enero de 2011

Me justifico

En el mes de noviembre, L. y yo todavía estábamos juntos (o al menos fingíamos estarlo). Hace poco, me di cuenta de que sin embargo durante ese mes, logré poner a L. a un costado de mi vida, dejar pasar muchas cosas, vivirlo más libremente, no preguntarme tanto, no exigirme tanto, ¿no exigirle tanto?, no pensarlo tanto, no preocuparme tanto. Me di cuenta porque de todos mis escritos que datan del mes de noviembre, no hay ninguno que hable de L. Cuando comenzó nuestra crisis más fuerte (allá por septiembre), L., la relación, y yo con respecto a L., eran los tópicos más abundantes en mis escritos, era casi lo único sobre lo que escribía. (Ahora reflotar esos textos resulta como un puñal, al releerlos me surge instantáneamente la pregunta de "¿Y yo por qué carajo seguía con este tipo?".) Pero quizás durante el mes de noviembre aprendí a tomármelo de otra forma, a dejar que la cosa madurara mientras a mí me pasaba por el costado y no me doliera tanto; o quizás fue simplemente hacer -a mi forma, como pude, como me salió- un poco lo que él me pedía: "No tengo idea en qué lugar de mi vida quiero ponerte ahora, pero sólo sé que quiero que estés, que me banques, teneme paciencia, etc etc etc"; o quizás hacerlo a un lado fue una forma de protegerme, de dejar de exponerme a todos esos maltratos, desprecios, subestimaciones, discusiones, peleas, gritos, que modestamente creo nunca haber merecido. El punto es que no escribía sobre nosotros, o sobre él, y cuando yo no escribo sobre algo es porque sencillamente no pienso en eso, porque prefiero evitarlo -negarlo, ocultarlo, invisibilizarlo, lo que sea: pero evitarlo al fin-. Me sorprendió este descubrimiento, y hasta sentí pena por nosotros.

Y si ahora escribo mucho sobre L. -porque reconozco que lo hago-, no tiene que ver justamente con todo lo contrario, para mí escribir ahora sobre L. no tiene que ver con que no puedo dejar de pensar en él, o con que tengo muchas angustias que necesito canalizar, o con que sólo me salen cartas que le daría si lo tuviera cerca. Si ahora escribo mucho sobre L. es porque creo que es el momento de decir, de una vez y para siempre, todo lo que tenga para decir. Es una forma de sacar pajuera todo lo que esté viviendo en mi interior y que no quiero que me consuma por dentro, ¡que las palabras queden de mi boca para allá!, se las vomito al papel como si las estuviera sacando a la calle en una bolsa de consorcio. En estos días, en este tiempo, puedo darme el lujo de escribir sobre L. sin culpas, suponiendo que en estos días, en este tiempo, diré todo lo que tenga para decir y después ya no diré nada. Si L. volviera a aparecer en mis escritos dentro de un tiempo, será sólo por el filtro inconsciente de mis sesos, que no dejarán de hospedar nunca a "aquellas pequeñas cosas" que vinieron para quedarse. Pero ya no aparecerán su nombre y su apellido, su apodo, ni siquiera su inicial, en todo caso aparecerán las cosas de L. y nuestro pasado que indefectiblemente se quedan conmigo, sin que se me permita el derecho a réplica.

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