domingo, 20 de febrero de 2011

Salando las heridas

De vez en cuando, todavía evoco aquella tarde de julio, tan crucial para mi relación con L. La tarde en la que decidimos contarnos nuestras historias pasadas, el momento en que nos mostramos las heridas que nuestro corazón traía consigo, cuando hablamos de los otros para contarnos quiénes éramos nosotros. Capítulo por capítulo, desnudos en su cama. Por cada ilusión un mate, por cada angustia un cigarrillo, por cada dolor un beso. Qué duras esas etapas en las que la frase "No te quedó sueño por vengar y ya no esperás que te jueguen limpio nunca más", era la mayor verdad que podíamos escuchar; y cómo eso, al conocernos, había pasado a ser simple derrotismo.

Fue una tarde crucial, sin dudas. En muchos aspectos, pero ¿para qué?, prefiero recalcar el aspecto lindo. En palabras de la Maga (la verdadera, no esta simple admiradora que se reconoce en ella): "Yo creo que tengo que hacerlo aunque sea fatal (...) Vos me podías contar o no de tus amigas, pero yo tenía que decirte todo. Sabés, es la única manera de hacerlos irse antes de empezar a querer a otro hombre, la única manera de que pasen al otro lado de la puerta y nos dejen a los dos solos en esta pieza". Y así fue cómo, aquella tarde de julio, dejamos a nuestros "exs" del otro lado de la puerta, nos mostramos nuestros corazones rotos pero lo suficientemente maduros como para quedarnos solos en esa pieza. No lo dijimos explícitamente, pero cuando nos mirábamos, nuestros ojos le susurraban al otro: "No entiendo cómo no supieron quererte".

(Pintó TERRIBLEMENTE el bajón.)

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