domingo, 20 de febrero de 2011

La impuntualidad al palo

Soy una persona por de más impuntual. Lo sé, lo admito y lo sufro bastante. Pero poco a poco, voy comprobando que, más que de una cualidad propia, se trata de que el mundo no me permite despojarme de este karma. El mundo, los planetas, el cosmos, las leyes de la física, se alían para que yo sea impuntual, incluso en situaciones donde llegar tarde no es una posibilidad real.

El viernes, por ejemplo, superé severamente mi nivel de impuntualidad. Fue el día en que rendía mi examen de Inglés a las doce y media. También el día en que tenía reunión en mi casa a las seis y media. A eso de las dos de la tarde, ya había terminado de rendir (¡aprobada y todo!), y me estaba yendo a almorzar. Después, lo de siempre, pintó guetor, puerta del colegio, esperar a que salgan los demás, encontrarme con gente, etcéteras. Mi plan era arrancar del colegio con Seba tipo 6 o un cachito antes, como para llegar efectivamente, seis y media a mi casa. (Mis cumpas tampoco se caracterizan por la puntualidad y mi living estaba ordenado, así que nada me exigía tener que llegar mucho tiempo antes.) A las cinco y pico, me llama Santi para preguntarme la dirección exacta de mi casa, y me dice "que ya está yendo para allá". Sé que Santi vive cerca de casa, pero supuse que quizás estaba volviendo de algún otro lado y me llamaba desde el bondi; la cuestión es que no se me ocurrió decirle que yo todavía no estaba en casa, porque suponía que estaba en horario. A las seis lo llamo desesperada a Seba para saber dónde estaba, para que viniera rápido que nos teníamos que ir. Cuando uno se mueve en masas todo se atrasa un poquito, pero aún así a las seis y cuarto ya estábamos a punto de tomarnos el subte D. Vuelve a llamar Santi. "Eh estoy en la puerta de tu casa, ¿me bajás a abrir?", me sorprendió que llegara quince minutos antes de la reunión, y sólo alcancé a decirle  -con total impunidad- que todavía no estaba en mi casa, que estaba yendo para allá, que ya llegaba (en media hora, con suerte). Nos tomamos la D, nos bajamos en 9 de Julio, enfilamos para la combinación, hora pico, mucho calor, mucha humedad, mucha gente, mucho de todo eso que uno odia de la city, esperamos la B, tardó en venir, nos la tomamos. Ni bien arranca el subte, yo anuncio con mucha serenidad: "Nos lo tomamos para el otro lado". Seba me responde, indignadamente sorprendido: "¿Cómo es posible? Es el subte que te tomás todos los santos días hace cuatro años para ir al colegio, ¡¿cómo es posible que te hayas equivocado?!". Yo tampoco dejo de sorprenderme pero en efecto, la estación siguiente fue Florida y no Uruguay. Teniendo en cuenta que tenía a un compañero esperando en la puerta de mi casa, que estaba llegando tarde a la reunión que yo había citado en mi propia casa, y que cuando uno rebota en el subte tiene que sumarle quince minutos más a los veinte que ya hay de Pellegrini a Malabia, sentencié: "Estamos un toque al horno". Me quedé pensando en lo extraño que era que Santi ya estuviera ahí, en que me llamara en un tono recriminatorio, en... y fue ahí cuando lo recordé: la reunión no era seis y media, sino cinco y media. O sea que mientras yo estaba ahí, en la estación Alem del subte B, recagada de calor, y con un nivel de histeria importante, estaba llegando no quince minutos, sino una hora tarde a la reunión que -repito- yo había citado en mi propia casa. La historia termina sencillamente: llegué a la puerta de mi casa a las siete de la tarde, y una caravana de diez compañeros estaban esperándome en la puerta de mi casa, mientras llovía y hacía mucho calor. Sigo sin poder creerlo...

No tenía que presentar la defensa de una tesis de quinientas páginas, y esperar después la evaluación y el resultado de un jurado de universitarios verdugos: tenía que rendir Inglés con Pernbaum. No tuve que esperar una larga fila de cuarenta estudiantes para que me llamaran a rendir el oral: fui la primera en rendir. No tenía otras cosas que hacer, un día agitado y a las corridas: estuve cuatro horas pelotudeando en la puerta del colegio. No tenía que viajar dos horas hasta Don Bosco para ir a la reunión: era en mi propia casa. No tenía que tomarme varios transportes desconocidos: tan sólo el mismo subte que me tomo todos los días. No había sido una larga cadena de mails en la que no había quedado claro cuál era el horario de la reunión: estaba clarito en el evento de Facebook, y lo había propuesto yo.
¿Ven cómo me fui alrrecarajo el viernes llegando una hora y media tarde a mi reunión? Pero no es posible que tamaña pelotudez, haya sido intencional.