sábado, 24 de septiembre de 2011

El mercado de mi vida

La oferta y la demanda en mis relaciones, nunca llegan al equilibrio.

Me cuesta pedir, ése es el tema. Me cuesta decirle al otro que lo necesito, pedirle ayuda, porque sola no puedo, porque me creo muy fuerte pero en realidad soy débil. Me cuesta decirle al otro que ahora quiero que me escuchen a mí, que yo también tengo mis quilombos y también quiero compartirlos. Me cuesta demandar mis momentos, decirle al otro: "Pará. Ahora escuchame un poquito a mí". Me cuesta hasta responder cuando me ofrecen que demande.

Quizás sea que me cuesta necesitar, que soy muy orgullosa y me creo autosuficiente (como alguna vez me dijo un borracho en una fiesta frente a mi rechazo). Quizás sea que me gusta mucho dar, que siempre prefiero escuchar a los demás y serles útil. Quizás sea que siento que a nadie le va a interesar lo que yo tenga para decir, las cosas que me están pasando a mí, mis problemas y angustias. Quizás sea que siento que no me lo merezco, que no soy quién para demandar porque no lo valgo, que es una mentira eso de que doy mucho.

Sea por lo que sea, en las relaciones sociales que construyo, siempre hay exceso de oferta. Las dos curvas deben tocarse en algún punto, pero yo no soy capaz de deslizarme sobre el otro lo suficiente como para llegar al punto de equilibrio. Y, créanme, que el precio que pago por esto, resulta ser muy, muy alto.

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