lunes, 26 de septiembre de 2011

Destruir para poder construir

Hay cosas en mi vida que sencillamente me encanta desordenar.

La ropa, por ejemplo.

Anoche me acosté tarde y la verdad es que me tenía que ir a dormir. Cuando miré el estado de la cama en la que tenía que dejar caer mi cuerpo, era todo pura ropa. (¿Hacía cuánto que no dormía en mi cama?) La pila que salió del lavarropas el viernes y la que salió el sábado y la que salió el domingo; el malón de ropa sucia que me saqué el lunes antes de acostarme y la que me saqué el martes y la del miércoles y la del jueves y viernes; el despliegue que había armado a lo largo de toda la semana cuando no sabía qué ponerme y que habían quedado ahí porque no hay tiempo y estoy llegando tarde y me tengo que ir; las bombachas que había sacado de la canilla uno de estos días y que no tuve tiempo de ordenar porque estoy apurada y cuando vuelvo me ocupo.

Como con un dejo de bronca o de algo que tenía que sacar para afuera, rápidamente agarré toda esa ropa, la que estaba doblada y la que estaba hecha bollos, la que estaba perfumada y la que estaba chivada, la mía y la que había venido equivocada. La agarré toda de un solo tirón, abrí el placard, y la tiré en uno de los estantes.

Hoy a la mañana cuando sonó el despertador, sentí que tenía un objetivo, algo así como una asignatura pendiente que no podía esperar. Me levanté con más tiempo que "lo justo" porque tenía que ordenar mi ropa. Y lo disfruté tanto. Primero deshice mi cama, cambié las sábanas, puse a lavar las viejas y la arropé con las limpias. Después, empecé a sacar toda esa ropa que ya era puro quilombo ahogándose en el placard, y lo dispuse encima de la cama recién hecha. Y entonces, la parte que más me gusta: clasificar en la pila de remeras, la pila de pantalones, la de polleras, la de corpiños y bombachas... y una pila que nunca falta: la ropa de mi hermana K. o de mi madre, que vienen equivocadas. Pero no queda ahí; una vez que clasifiqué por grupos de ropa (por lo general tiene que ver con en qué estante o en qué percha va cada una), empiezo a clasificar por sub-grupos (lo cual tiene que ver con en qué pila de estante): remeras de manga corta, de manga larga, musculosa, tres cuartos, para campo, para salir, etc. Y finalmente, abro de par en par las puertas de mi placard y empiezo a acomodarlas despacio y prolijamente. Tengo algunos caprichitos como que por ejemplo no puede ir una remera blanca arriba de otra blanca, le tengo que meter en el medio una azul así mi placard resulta estético ante los ojos humanos.

Me encanta ser ordenada con mi ropa. Es igual que con los papeles (lo cual, de todas formas, merece una entrada aparte). Clasifico estructuradamente los tipos de ropa, y me ha pasado inconscientemente de no saber si comprarme tal o cual pollera por no saber en qué pila iría (así como no sé si guardar tal o cual apunte porque no sé en qué carpeta iría). A veces, incluso, me rebelo y cambio el criterio de orden: si antes dos polleras iban en pilas separadas porque una era de modal y la otra de bambula, ahora van juntas porque las dos son por la rodilla. Y cada tanto me entretengo cambiando el criterio.

Y porque me encanta ser ordenada con mi ropa, es que a veces me gusta desordenarla toda para sentir ese placer que implica ordenarla, pila por pila, color por color, tela por tela, y ver mi placard tan estéticamente acomodado por mis manos humanas.

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