viernes, 2 de diciembre de 2011

El mal humor

Es como un interruptor que tengo en alguna parte de mi cuerpo y que alguien -o yo misma- aprieta sin saberlo. A partir de ahí se activa drásticamente mi estado de mal humor. Y cada palabra que entra por mis oídos me duele, me aturde, me lastima. No puedo volver a abrir la boca porque nada lindo saldría, y en cambio cagaría a puteadas a todo el mundo.

Las razones que hacen que ese interruptor se active son muy variadas. A veces, que tengo ganas de hacer algo imposible; salir con alguien que en ese momento no puede salir, por ejemplo. También cosas insólitas, por ejemplo, que sea muy tarde pero no tener ganas de dormirme. Algunas cosas más complejas, como que me dijeron algo que no quise escuchar. O tener que cumplir con responsabilidades que en ese momento no quiero; por ejemplo a veces me pone de mal humor tener reuniones los domingos. Una cosa que me pone particularmente de mal humor es no poder transmitirle al otro lo que me pasa, sentir que no me entiende o que no me sé expresar. Tener mucho sueño también me pone de mal humor.

Hay pocas cosas en la vida que me sacan del mal humor. Una cena con amigas, por ejemplo. Preparar mate, por ejemplo. Un mensajito de L., por ejemplo. Escuchar algún buen tema, por ejemplo. Un halago o cumplido hacia mi persona, por qué no. Un buen Solitario Spider que gane como una campeona, sí señor. Ahora que me doy cuenta, existen más cosas en la vida que me sacan del mal humor que las que yo pensaba. Ahora sí, si no van a hacer nada para sacarme, prefiero que me dejen sola conmigo misma.

A veces para salir del mal humor, duermo. Duermo eternamente. El problema es que no hay nada que me ponga de peor humor que quedarme dormida o levantarme muy tarde.
Uhm.
Igual creo que escribir esta entrada me sirvió.

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